Y encontrareis las flores del olvido

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Los mimos de M eran enredaderas frías que te ataban a su rostro de colegial enfermizo. Como veneno subiendo por las piernas, sus intensiones nefastas pasaban desapercibidas por medio de enfermizas manipulaciones, manipulaciones que consistían en llenarte de elogios y transformarte en la Reina de su vida, del Infinito y Más Allá.

Nunca me gustaron los halagos, las regalías que a claras luces pretendían atarme a su vida. Por muy triste que fueran sus muecas, mis rotundos “no” parecían vaticinar el fin de los días de la paz humana.

Pero como buena y tonta mujer nacida y criada por su madre, el defecto de la aceptación incondicional me llevó a terminar flaqueando ante frases mezquinas y bien elaboradas por un genio de la manipulación “Hago estas cosas porque quiero demostrarte cuanto te quiero”. Si él hubiera sabido que yo odiaba con mi entero ser su querer… probablemente sus muestras de afecto habrían sido más intensas y empalagosas.

Yo tiraba a la basura todo aquello que llegaba a mis manos. Vomitaba todo aquello que comía. Si el olor de su sudor impregnaba las cosas que llegaban a mis manos, por muy tenue que fuera, las arcadas acudían presurosas. Los recuerdos construidos a diario eran descartados por medio de sesiones de terapia a base de cabezazos contra la pared. Mientras menos recuerdo existiera de él, menos existiría para mí.

Los mimos de Z son dulces. Tienen un aroma embriagador que me obliga a reprimir las ganas de saltar sobre su cuello. El sabor que adoptan al posarse entre mis labios me derrite por completo. Pero son peligrosos. Porque me hacen débil nuevamente. Me obligan a sonreír intensamente sin reparos y a sucumbir a la política del sí absoluto. ¿Cómo alguien como yo, de una dureza adoptada por los años, duda ante el brillo de un par de ojos? Evitarlos no da fruto, el hecho de saber que flotan cerca perturba la mente.

Hay licores que por su dulzor engañan y te hacen terminar completamente ebrio. Un lado de mí dice que hay que entregarse a los placeres de Baco y dejarse empapar por ellos sin poner resistencia, pues así se disfrutan más. Mi otro lado rebate, argumentando que son los sobrios quienes gozan más al observar de manera externa.

¿Yo?

Yo ni sé qué pensar.

Mucho menos qué hacer.

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